El #8M es un hecho, hacelo tu símbolo

Sofia Giusiano
3 min readMar 8, 2019

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Si reconocés tus talentos, te falta humildad. Si tenés una audiencia en redes sociales, es que te gusta llamar la atención. Si festejás tus logros, te gusta mostrarte.

Perseguir tus ambiciones y dejar atrás los sueños dorados del casamiento, la familia y los hijos en el camino, es de fría. Apuntar alto, es pedante. Defenderte, a los tuyos y a las causas que elijas, es de loca y difícil.

Cada vez que una mujer quiere iniciar una compañía, lanzar un producto, competir por un puesto en las grandes ligas. Cuando se anima a apostar por su marca personal, subir sus precios, hacer una gran inversión. Cuando decide poner el cuerpo por una causa, desafiar un mandato por soñar distinto y levantar la voz. Cada vez, otra voz instalada en su cabeza le pregunta despectiva: “¿quién te creés que sos?”

¿Cómo sabés que vas a poder con esto? ¿Por qué mereces que te escuchen?

¿Cómo van a mirarte si te equivocás y no funciona? ¿Por qué deberías siquiera intentarlo?

¿Cuáles son los 100 argumentos infalibles de por qué sos la indicada?

En algún momento, repasando el argumento 17 o el 85, esa voz logra quebrar la confianza y el entusiasmo.

Entonces, duda.

Deja pasar la postulación. Retira su oferta. Baja sus precios. Pospone su lanzamiento. Se guarda lo que tenía para decir, y baja la mano.

La solidez del techo de cristal no está en el rechazo explícito a que la mujer crezca, cree y lidere.

Siendo fríos y calculadores, no es conveniente salir a evitar que las mujeres avancen. Hacerlo explícito no es políticamente correcto, y si bien no falta quien se quedó a principios del sigo XX, sería poco estratégico para cualquier empresa, político o influencer.

El techo de cristal sigue existiendo porque cuando tomamos decisiones, esa voz interna y tirana sale a opinar, y la escuchamos. Esa que nace y se alimenta de cada sugestión sobre lo que nacer mujer o nacer hombre supuestamente significa y te persigue por el resto de tu vida.

Presiones por encajar en estereotipos que la sociedad armó como a un Frankenstein: inconsciente, violento y de a pedazos. Prejuicios, emociones censuradas, sueños empaquetados por sexo y sin devolución.

Mientras más sutil, más difícil de identificar. Mientras más temprana, más sencilla la inserción de una idea en el inconsciente. Una canción, un regalo, un juego, un juguete. Un programa de TV, una película, una novela, un cuento. Un código de vestimenta, una obligación, un comentario, una materia en el colegio.

¿Cuántas veces no opinaste por miedo a que equivocarte una vez invalide todas tus opiniones?

¿Cuántas veces vendiste a precio de costo o trabajaste gratis porque no creés en el valor de tu tiempo y te da vergüenza ponerle número?

¿Cuántas veces te preguntaste “que quién soy yo para mandarme la parte” cuando querías lanzarte a crear o crecer?

¿Cuántas veces te rendiste ante lo que esperaban de vos y rebajaste tus metas?

¿Cuántas etiquetas dejaste que te pongan y a cuántas te las creíste?

¿Cuántas veces bajaste la mano?

Pará de contar.

No hace falta que nos griten que no somos capaces o que queremos más de lo que podemos manejar. El susurro de esa voz interna es suficiente para convencernos de que estamos hechxs para menos, forzarnos a dejar de intentar y creer que descartar grandes sueños para conformarnos con lo que “nos toca” es en realidad lo que queremos.

Pará de escucharla. Seas quien seas, te identifiques como te identifiques, salí. Salí a buscar lo que te dijeron que no podías conseguir y ser quien quieras ser aunque todavía no te lo creas.

Que el #8M sea tu símbolo.

Bienvenidx al día uno construyendo tu propia versión de libertad.

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Sofia Giusiano

Escribo sobre aprendizajes y causas que me interpelan.